Esa mirada tuya,
pálida como hielo, e igual de fría ante inexpertos. Esa tu mirada tan fría que
congela instantes y escenas que os regalo calcadas en papel por las madrugadas.
Esa tu mirada dulce, siempre sobre las dunas de arena que amenazan con enterrarla.
Dunas que ocultan todo lo que ves por las noches. Dunas en las que me
gusta ahogarme y en las que dejo que me sofoques. Esas dunas que reposan sobre
mejillas que se colorean de carmín con mis palabras. Mejillas que de vez en vez
dan paso a sonrisas ligeras como humo. Sonrisas que no siempre son para mí o
por mi causa, pero que me agrada ver en ti. Sonrisas que ocultan los secretos
de tus labios. Labios sinceros que encarcelan demasiado y que me conocen en las
sombras. Labios que sólo a la luz de las velas son capaces de vaciarse. Y luego
está la manera en la que frunces el ceño cuando piensas. Todo eso rodeado por
tu cabello siempre bien peinado, muy por el contrario del desorden de ideas que
se trama debajo de él. Y finalmente, detrás de todo eso, allí estas
tú.
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