lunes, 18 de marzo de 2013

Miedos

Todos tenemos demonios. Comúnmente se esconden en nuestro pasado aunque algunas veces se esconden también bajo la cama y nos acechan en sueños. Los míos me asechan en la soledad y ciertas veces también en la oscuridad. Mis demonios tienen las llaves de los rincones más recónditos de mi memoria, tienen acceso a mis peores recuerdos y miedos. Mis demonios son fríos y me vuelven de hielo. Me vuelven lo más frio que puedo ser y me alejan de mi. Me acercan a alguien que me he esforzado por dejar atrás más tiempo del que debería. A alguien que le teme a las risas y a los espejos. En este punto dudo que sea posible dejarla atrás, ella es una sombra que siempre me ha perseguido; una sombra fría, helada, congelada y cruel. Aunque hay un demonio en particular al que tengo especial pavor. Este demonio no me convierte en hielo, si no en cristal. Es un demonio sin rostro, sin nombre. Es sin duda alguna el peor. Me deja débil, frágil, temerosa, a la vista de todo y todos. Me deja sola e inunda mis ojos. Me recuerda que la noche es fría y es entonces cuando deja de importarme el frio de adentro, es entonces cuando el frío de afuera se transforma en navajas que atraviesan mi piel, navajas que atraviesan mi alma y mi corazón. El frio de la noche me recuerda que no hay ningunos brazos fuertes que acaricien mis hombros o mi pelo. Me recuerda que él, el frío  es el único que me besa los labios y los deja partidos y cenizos. Me recuerda que lo único que mantiene el calor de mis manos en las mañanas es el fuego de un cigarro. Me confirma que sigo rota y mal reparada, que mi silueta sigue en segundo plano para todo el mundo y que lo que tienes dentro nunca es lo que más importa para la mayoría de las personas. También he de confesar que tiene muchos y variados crueles trucos bajo la manga que me suelen hacer temblar. Me hace temer de mi misma, de lo que, sin querer, puedo provocar en ciertas personas, me hace temer de ser la mala de alguna historia de amor. Me hace alejarme de las ventanas y quedarme en el corazón de mi castillo, de mi prisión. Me hace ser prisionera y carcelera. Me hace huir. Me hace temer. Me hace llorar. Hace que todas las cosas que me ahogan salgan por las puntas de mis dedos y no por mis labios. Pero me hace ser yo.


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