Hay una buena razón para que las manecillas de un reloj nunca puedan ir hacia
atrás. Principalmente es porque debemos comprender que el pasado nunca podrá
llegar a ser más que eso y que allí se debe quedar. El problema empieza cuando
el presente se comienza a pintarse de pasado, cuando crees poder recuperar
cosas que ya te habías resignado a
perder. Cosas que en un momento fueron demasiado importantes: a veces puede ser
familia, pero lo más común es que sean amigos o amores. Tu mente se empieza a
complicar y se convierte en un reloj de arena. Uno con el que crees poder
controlar el tiempo con tan sólo voltearlo, pero no; un reloj de arena seguirá
contando el tiempo hacia adelante por muchas vueltas que le des. El pasado no
puede volver. Puede que algo de tu futuro se pinte de pasado pero aún así
seguirá siendo futuro, nunca pasado. Pero entonces llegaste y rompiste el reloj
que tanto me desquiciaba justo antes de que la arena me cubriera por competo.
Lo rompiste y retaste al tiempo, al espacio y al destino para estar conmigo un
segundo. Pero eso fue todo: un segundo en el que fui infinitamente feliz y
luego te fuiste. Te alejaste y el tiempo siguió su curso, siguió yendo hacia
adelante mientas tú te quedabas congelado en un instante eterno en el pasado.
Allá a donde no puedo regresar jamás, porque fue demasiado hermoso para
perdurar. Vivo a base de recuerdos porque en ellos el tiempo es atemporal. Y es
que a ti, te amo atemporalmente.
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